Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1713
Legislatura: 1902-1903 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 7 de abril de 1902
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 4, 33-36
Tema: Aceptación de un proyecto del Ministro de Hacienda

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, yo no sé de qué manera empezar mi contestación al discurso notabilísimo del Sr. Silvela porque, entre los muchos asuntos que ha tratado, puede resumirse en dos partes que verdaderamente necesitan respuesta, y respuesta en el tono mismo en que S. S. se ha expresado: que son la parte, digámoslo así, jocosa, y la parte seria.

El Sr. Silvela me ha conferido el título de Ministro irresponsable. Y todo ello por hacer cosas que S. S. ha hecho más veces que yo y en mayor grado que yo. De modo que si a mí me corresponde ese título, a S. S. no sé qué título le voy a dar; alguno más que el de Ministro irresponsable merece S. S., si yo he de tener el que se ha servido atribuirme, fundándose S. S. para calificarme de esa manera en lo ocurrido respecto de la cuestión del Banco de España.

Yo había aceptado el proyecto del Sr. Ministro de Hacienda, y lo había aceptado porque lo presentó de acuerdo con sus compañeros y con amplio espíritu de transacción. Vino después ese espíritu de transacción a traducirse en un contraproyecto o en unas enmiendas firmadas por todas las oposiciones, ¡cosa singular!, porque las oposiciones se conciertan muy fácilmente para una obra negativa, pero para una obra de afirmaciones, para un acuerdo tan importante como ése, que afecta, no ya a los intereses de un partido, sino a los generales del país, eso no lo he visto nunca. Se presentó, digo, una enmienda firmada por individuos de todas las minorías, desde la republicana hasta la del Sr. Nocedal, por todas las oposiciones, cosa, repito, que yo no he visto jamás? (El Sr. Poveda: Y por individuos de la mayoría.) A eso voy; pero además, por si faltaba algo, por algunos individuos de la mayoría también.

No tenía yo necesidad de esta circunstancia para dar extraordinario valor al acto de las minorías porque repito que las minorías se ponen muy fácilmente de acuerdo para destruir, pero para construir, para edificar, sobre todo tratándose de cosas de esta naturaleza, eso no se había visto hasta ahora, y, por consiguiente, tenía que llamar la atención del Gobierno; pero mucho más cuando a esta unanimidad de parecer en las oposiciones de la Cámara, se adherían también individuos de la mayoría.

Entonces procuré yo buscar una transacción porque lo que importaba era que no sólo saliera el proyecto, sino que saliera pronto, porque es una de esas cuestiones que, una vez planteadas, importa resolverlas cuanto antes, para que no sufran perjuicio los intereses del país. Pues bien; yo busqué la transacción, yo la procuré, pero no pudo realizarse y desde el momento que esto ocurría, ¿qué otra cosa podíamos esperar sino un debate larguísimo, enojoso, peligroso para las minorías, peligroso también para las relaciones que deben existir entre la mayoría y minorías, y todo ello para venir al resultado de que el dictamen de la Comisión no llegara a ser ley? ¿Qué había de hacer, pues, el Gobierno? ¿Había de entrar en un debate de esta naturaleza, en la seguridad de que no iba a ser ley el dictamen de la Comisión?

Por eso el Gobierno acordó la suspensión de las sesiones, no sin advertir que seguía manteniendo el proyecto de la Comisión. Pero el Sr. Ministro de Hacienda, que creyó ver en esta medida el abandono o el aplazamiento indefinido de ese proyecto, no quiso pasar por ello, presentó la dimisión, y, una vez presentada, como ya dije aquí el último día, vinie- [33] ron las cosas rodadas, hasta el punto de convertirse en total la crisis.

A esto le llama el Sr. Silvela ser Ministro irresponsable: a aceptar el proyecto y buscar después de transacciones para resolver un conflicto. ¿Cómo llamaría el Sr. Silvela a lo que S. S. ha hecho siendo Presidente del Consejo de Ministros? ¿No era Ministro de S. S. (ya que S. S. afirma que yo digo mis Ministros) el Sr. Marqués de Pidal, Ministro de fomento? Y, ¿qué hizo S. S.? Pues sustituyó al Sr. Marqués de Pidal por el Sr. García Alix para deshacer en absoluto lo que el Sr. Marqués de Pidal había hecho, y S. S. había aceptado. (Aprobación en la mayoría.- El Sr. Silvela: Pido la palabra.) El Sr. García Alix deshizo totalmente la obra de su antecesor, siendo S. S. Presidente del Consejo de Ministros, en uno y en otro caso. Y no era un asunto especial, no era un asunto ocasionado a producir un conflicto que se tratara de evitar en bien de todos, no; era un sistema, era un plan, era nada menos que todo lo que comprende un Departamento ministerial.

También S. S. está en un error suponiendo que hemos venido aquí con un programa nuevo. Este programa, si S. S. lo recuerda bien, no es más que una ampliación y una consecuencia del programa indicado en el discurso de la Corona. Pero antes que se leyera aquí el discurso de la Corona había yo pronunciado uno ante la mayoría, en el cual desarrollé precisamente este programa; de manera que no hay por qué asustarse de este programa, que no es nuevo, que es el programa del partido liberal. Lo que ha sucedido es que el Ministerio anterior no ha podido desenvolver este programa por falta de tiempo. (Risas y rumores en las minorías.- El Sr. Presidente agita la campanilla.)

¿Qué tiempo nos ha sobrado, a pesar de haber tenido las Cortes reunidas muchos meses? Ya saben los Sres. Diputados el tiempo que nos ha ocupado el debate de los presupuestos, que era una ley a plazo fijo y no se podía demorar, ya saben que muchas sesiones se han invertido en los debates políticos que aquí se han suscitado, con más o menos finalidad; debates políticos muy semejantes a otros de que se ha quejado el Sr. Silvela, diciendo que los mantuvimos nosotros cuando él fue Presidente del Consejo de Ministros y suponiendo que le entorpecimos en la marcha del Gobierno.

También en esto ha estado injusto S. S. porque el partido liberal, lejos de entorpecer la marcha del partido de unión conservadora, la favoreció grandemente, como que si de otro modo hubiéramos procedido, no hubiera podido el partido conservador sacar adelante todos aquellos proyectos que luego fueron leyes, y entre ellos los de Hacienda, a cuya aprobación contribuimos de una manera eficaz, como ha reconocido siempre su mismo autor, el Sr. Fernández Villaverde. Discutimos, sí, pero discutimos de buena fe, como deben discutir las oposiciones que no quieren ofrecer obstáculos, sino facilidades a la obra del Gobierno. (El Sr. Fernández Villaverde: ¿Y qué hemos hecho nosotros ahora?) Pero es que el Sr. Silvela nos ha dirigido un cargo, y yo no lo hago; es que el Sr. Silvela nos atribuye que entorpecimos la marcha de aquel Gobierno, cuando para todo lo que trajo de verdadera importancia le ayudamos como no se ha ayudado jamás a ningún otro Gobierno.

El Sr. Silvela, hablando de la crisis, se ha extrañado de ésta que ha tenido lugar últimamente, y se ha extrañado de una manera singular porque yo no he podido explicarme el fundamento de su extrañeza. Para nada absolutamente tenía S. S. que relacionar esta crisis con la crisis por la cual salió S. S. Sin duda el Sr. Silvela no quería tanto hablar de esta crisis como recordad aquella por consecuencia de la cual salió S. S. del Poder. Parece que todavía no se ha resignado S. S. (Risas)

¡Hacernos a nosotros responsables de aquella crisis! ¿Qué participación tuvimos nosotros en ella? Yo no lo entiendo: no sé por qué S. S. culpa al partido liberal de aquella crisis y de su resultado, que por lo visto fue tan desagradable para S. S. que no lo echa en olvido un solo momento.

Dice el Sr. Silvela que aquella crisis vino porque el partido liberal, no sólo en el Parlamento sino fuera del Parlamento, ponía dificultades al Gobierno y yo digo que aquella crisis vino porque no podía menos de venir, vino porque bajo la dirección del partido de unión conservadora entonces brotó la anarquía como no se había visto nunca. (Rumores en la minoría conservadora.) ¿Cómo que no? Y apareció el separatismo, sin que se viera castigo ninguno por ello. (Muy bien, en la mayoría.) Entonces fue cuando se descubrieron todos los enemigos de la libertad (Risas en la minoría conservadora.- Bien, muy bien, en la mayoría) y la Nación española presentó el triste espectáculo de un Gobierno que marcha sin brújula ni timón, adonde el destino quisiera conducirlo. Y por eso vino la crisis.

El resultado de ella ya se sabe cuál fue: que el partido liberal llegó al Poder. Pero, ¿por qué llegó al Gobierno el partido liberal? Porque S. S. lo había dejado y luego no quiso ayudar a formarlo a ninguno de sus compañeros, habiendo sido varios los llamados por S. M. para encargarles la formación del Ministerio, y ninguno de los cuales pudo realizar el encargo porque S. S. les ponía dificultades. De manera, que si se resolvió la crisis a favor del partido liberal, no fue por el partido liberal, sino por S. S. Su señoría llamó a aquella crisis la crisis del miedo. No; aquella sería en todo caso la crisis del perro del hortelano, que ni come ni deja comer. (Grandes risas.)

Que no he estado, aunque hablé con sinceridad y lo ha reconocido S. S., que no he estado bastante explícito al hablar de las concentraciones. Yo no tenía para qué hablar de las concentraciones. A mí se me encargó la formación de un Ministerio de concentración, y tal como yo entendía la concentración, y tal y como se me dio el encargo, yo no creí que debía aceptarle, pero no me metí a examinar las concentraciones. Lo que he dicho, y repito ahora, es que un Ministerio formado con la concentración con que a mí se me encargaba formarle, entendía que no podía ser más que un Ministerio de coalición y no creía yo que los Ministerios de coalición sirven bien para gobernar en estas circunstancias, difíciles, como el Sr. Silvela ha reconocido porque lo primero que necesitan los Gobiernos para gobernar es unidad en los propósitos y concordia en la acción, y no hay, ni puede haber, unidad en los propósitos ni concordia en la acción, en Ministerios de coalición formados con individuos que tienen distintas procedencias y diferentes propósitos. (Muy bien, muy bien.) [34] ¿Qué más quiere S. S. que le diga sobre las concentraciones? De la concentración democrática o concentración conservadora, eso sí pudiera ser, y entonces sí que yo declaro que las concentraciones darían gran resultado. Concentración sobre la base liberal, reuniendo todos los elementos liberales y democráticos y ensanchando los horizontes del antiguo partido liberal; concentración conservadora, ensanchando los límites del partido conservador y envolviendo dentro de ellos a todos los elementos conservadores que hay en el país, entonces sí que resultarían dos concentraciones soberbias, que serían dos columnas firmísimos de la Monarquía y del bienestar del país. (Muestras de aprobación)

Viniendo ya al programa del partido liberal, nada diré de lo que S. S. ha manifestado respecto de la cuestión religiosa. Su señoría, guardando respecto de este asunto una prudencia loable, no ha tenido por conveniente hacer más que ligeras observaciones, sobre las cuales nada tengo que decir ahora. En todo caso, todavía podría apoyar a S. S. en algunos de sus asertos, aunque en otros estemos completamente separados. pero, en fin, ocasión vendrá, ya se discutirá este asunto a su tiempo y entonces veremos la actitud respectiva que tiene cada uno de los dos grandes partidos del país, el partido liberal y el partido conservador.

Pero me ha llamado mucho la atención lo que S. S. ha dicho sobre la cuestión social, que, en mi opinión, ha sido lo más importante del discurso de S. S. Según S. S., el Estado no tiene nada que hacer en la cuestión social; de manera que toda la preocupación en que viven todos los Gobiernos del mundo; que los esfuerzos que hacen todos los pueblos para ver de encontrar la solución de problemas tan graves y de tan trascendentales consecuencias como éste, todo eso S. S. lo resuelve con la libertad de la propiedad individual. Hace, sin embargo, S. S. una excepción: la de que el Estado puede intervenir para suavizar ciertas dificultades; puede intervenir, por ejemplo, en la cuestión del descanso dominical, para que este descanso tenga realidad práctica. Y en las demás cuestiones, ¿no puede intervenir el Estado? ¿No puede intervenir en la lucha tremenda entre el capital y el trabajo, lucha que da lugar a las manifestaciones que se llaman huelgas, tan perjudiciales al obrero como al patrono, que son la muerte de la riqueza de todo país, y que con el desarrollo que van tomando llevarán seguramente la ruina y la miseria a todas partes, porque llegará el caso de que el capital se retraiga y el trabajo desaparezca y sin el capital y sin el trabajo, que son la fuente del progreso y de la vida de los pueblos, no viene más que la ruina para los países más prósperos y felices? (Aplausos.) Pues si S. S. admite que el Estado intervenga para suavizar las dificultades que trae la lucha tremenda entre el capital y el trabajo.

Para esto, para buscar la concordia entre esos dos elementos que son la base de la riqueza y de la vida de los pueblos, para buscar soluciones pacíficas entre los patronos y los obreros, en lugar de acudir a la fuerza, siempre peligrosa para unos y para otros, es para lo que los Gobiernos se preparan, sin que por esto se pueda decir que los Gobiernos sean socialistas. No; los Gobiernos no pueden permanecer impasibles, por ejemplo, ante la explotación inicua que puede hacer un patrono de sus obreros, como no pueden permanecer impasibles ante las coacciones que los obreros puedan ejercer contra el derecho de los patronos. Claro está que las leyes han de proteger a las sociedades obreras, pero han de poner un límite jurídico que impida que la brutalidad del número venga a conseguir lo que no puede obtenerse por la fuerza de la razón. A eso tienden las medidas que el Gobierno se propone establecer, a eso tienden las medidas que en líneas generales se exponen en el programa y que no pueden detallarse hasta que no vengan los proyectos de ley correspondientes a cada una de ellas.

De modo, señores, que el Sr. Silvela simplifica las cosas en la cuestión social para su partido de una manera muy peregrina. El partido conservador sostiene la libertad absoluta individual y la libertad de la propiedad, sin que el Estado tenga que intervenir para nada en la propiedad. Pues eso no lo hace hoy ningún Gobierno en el mundo. En todas partes los Gobiernos se preocupan muchísimo de estas cosas y dedican su atención preferente a estas gravísimas cuestiones, que ponen en peligro a la sociedad en todas partes.

Y como yo no quiero entretener mucho a los señores Diputados, dada la hora que es y dada la consideración que me tienen, permitiéndome hablar fuera de las horas de Reglamento, voy a hacerme cargo de las últimas palabras de S. S. respecto a la cuestión política.

Su señoría cree que un Gobierno poco expansivo, poco liberal, está en mejores condiciones para garantir el orden público y para dar seguridades a la sociedad, que los Gobiernos liberales y que estos Gobiernos liberales tienen, por consiguiente, más necesidad de acudir a medidas extraordinarias como la suspensión de las garantías constitucionales.

Yo creo que S. S. está equivocado, como lo están todos los conservadores, especialmente los conservadores que pican ya en reaccionarios.

Las costumbres y la manera de ser de los pueblos determinan los grados de libertad que pueden soportar; pero si se les quita un solo grado de esa libertad, ¡ah!, entonces eso será un peligro, el mayor que yo conozco, contra el orden público. Es necesario que los pueblos tengan toda aquella libertad a que se hayan hecho acreedores. Desgraciados los gobernantes que quieran quitarles parte de esa libertad porque no lo podrán conseguir, y si lo consiguen será a costa del orden público y del bienestar del país. Mi opinión en ese punto dista mucho de la del Sr. Silvela. Yo reconozco, como ha reconocido S. S., que los tiempos son difíciles, que los problemas pendientes en todo el mundo son de gravísima solución, son de solución peligrosa, que la sociedad en todas partes vive perpleja, vive inquieta, vive amedrentada, que el presente es de duda y el porvenir es de temor.

Pues bien, ante este estado gravísimo de cosas, general, lo mismo en Europa que en América, lo mismo en Asia que en Oceanía, en todas partes, en fin, yo entiendo, contra lo que el Sr. Silvela defiende, que no hay más remedio que aumentar, ensanchar el campo en que el régimen de cada país se [35] mueve; popularizar sus instituciones para arraigarlas y fortificarlas por aquellos que tienen la misión, hoy más difícil que nunca, de defender y de dirigir a los pueblos, no con apasionamientos de partido, sino con aquel desinterés, con aquella abnegación, con aquel patriotismo de quien está dispuesto a hacer todo género de sacrificios, no sólo para conseguir la satisfacción, el anhelo de vivir en paz en medio de esta atmósfera de inquietudes, sino para alcanzar la gloria de poder proporcionar tan inmenso beneficio a sus conciudadanos, y en este sentido, para gobernar en los momentos actuales, se necesita, además del apoyo de los amigos, el concurso de los adversarios; pero no aquel concurso que pueda producirse por las conveniencias de partido, no, sino aquel concurso que exigen las necesidades de la paz pública y, sobre todo, las necesidades de la Patria porque en último término, el que mejor sirve a la Patria, ennoblece más y da mayor valor a su partido.

He dicho. (Grandes aplausos.)

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL